Inmortalidad biológica. ¿Es posible y deseable?
Juan José Sanguineti
La posibilidad de prolongar la vida humana hasta llegar a la inmortalidad hoy
está presente en el horizonte científico. La biología permite pensar en la posibilidad
de eliminar el envejecimiento celular, raíz del envejecimiento del organismo, causa
principal de la muerte. El problema puede afrontarse desde el punto de vista científico
o filosófico. Para la biología es una cuestión abierta y discutible. En un primer
sentido se puede entender como el intento de prolongar la longevidad humana, unido
a la mejora de calidad de vida de los ancianos. Hoy cada vez más personas en muchos
países llegan a los 100 y más años. En otro sentido, la cuestión es el intento de superar
el proceso de senectud, lo que permitiría imaginar vidas de duración ilimitada. Esto
no significaría eliminar la mortalidad física por accidentes. El eterno joven de 600 o
1000 años sería siempre mortal. Pero muchas de sus eventuales lesiones debidas a
causas extrínsecas serían reparables.
Se plantean aquí varias preguntas: 1) ¿es concebible una inmortalidad biológica
desde el punto de vista científico? La respuesta compete a la biología, pero incluye
cuestiones de filosofía de la vida; 2) si en el futuro se llegara a una inmortalidad
biológica humana, ¿sería deseable? ¿cuáles serían las consecuencias? Aunque el tema
puede asociarse al transhumanismo, aquí lo afrontaré fuera de este contexto, como
una cuestión biológica y antropológica.
- La inmortalidad biológica desde el punto de vista científico-filosófico. ¿Es
esencial la muerte en los vivientes? No hay una respuesta unívoca a esta pregunta. Las
células madre, las bacterias y los fermentos en ciertas condiciones reproductivas
(reproducción asexual) pueden considerarse biológicamente “inmortales”, pues las
células hijas producidas por la división son iguales a las madres. El fenómeno debe
interpretarse en el sentido de que las formas primitivas de vida no contemplan la
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escisión entre reproducción y soma (cosa que implica una gran pobreza genética). La
aparición de tal escisión podría ilustrarse como si la especie “hubiera elegido”
perdurar “cambiando su cuerpo” (los individuos). Esto es lo que sucede con la
reproducción de tantos organismos, incluyendo el nuestro. Las células germinales no
envejecen genéticamente, lo que explica por qué los hijos de padres ancianos nacen
jóvenes y hacen inmortal a la especie. Las fuentes de la vida son inextinguibles, pero
no los individuos.
Ciertas formas de vida relativamente simples –pocas– son inmortales, es decir,
se mantienen en vida indefinidamente –se auto-regeneran– y mueren sólo por causas
externas. Por ejemplo, la hidra (Hydra), un tipo de medusa (turritopsis dohrnii), o el
bogavante americano (un crustáceo: homarus americanus). De hecho, sin embargo, en
casi todos los vivientes la muerte es un fenómeno natural al servicio del
mantenimiento de la especie. Ésta de suyo tiende a perpetuarse si las condiciones
ambientales lo permiten. La senectud celular consiste en el fenómeno por el que la
célula diploide, en un determinado momento, deja de dividirse. Las células del
organismo tienen la característica de la apoptosis, muerte programada, diversa de la
necrosis o muerte celular patológica. La apoptosis es condición necesaria para el
desarrollo diferenciado del organismo (así, para que los dedos se diferencien, las
células de las membranas interdigitales del embrión mueren por apoptosis). A
menudo las células dañadas son eliminadas por apoptosis. De otro modo se harían
cancerosas (se reproducirían indiscriminadamente).
Existe, sin embargo, el fenómeno de la “línea celular inmortal”, en el que una
célula sigue reproduciéndose más allá del “límite de Hayflick”, según el cual la
reproducción de una célula en cierto momento cesa porque los telómeros (extremos
de los cromosomas), asociados al ADN, se acortan progresivamente. Es de notar que
la telomerasa, una enzima que permite alargar los telómeros, opera en dirección
contraria al envejecimiento y se encuentra activa en las células germinales (fue
llamada la “enzima de la eterna juventud”). Pero cuando ella actúa en las células
somáticas, tiende a producir cáncer, haciéndolas “inmortales” (reproducción
indefinida). Un ejemplo de “línea celular inmortal” es la célula humana cancerosa
denominada HeLa, extraída de una mujer fallecida por cáncer (1951) (Henrietta
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Lacks) y mantenida en cultivo. Se descubrió que podía reproducirse de modo
indefinido y fue clonada con fines terapéuticos y de investigación.
La inmortalidad de las células cancerosas es “anti-finalística”. Supone un daño
mortal porque no forman organismos. Esto indica que la inmortalidad no siempre es
un bien en el mundo de la vida y que la muerte de las células y de los organismos
tiene una función. La muerte individual está al servicio de la diferenciación y
crecimiento de la biodiversidad. El individuo, en el ámbito de la vida física, no es un
fin absoluto.
Biológicamente existe, pues, un vínculo entre envejecimiento, reproducción,
crecimiento y diferenciación, metabolismo, inmortalidad y cáncer. La investigación
debe tenerlo en cuenta y no puede realizarse de modo independiente de otras
dimensiones, que en definitiva forman parte la “lógica de la vida”. Sólo así puede
decidirse si la inmortalidad biológica es un bien, un riesgo o un mal. - Problemas de una eventual inmortalidad física humana. La realidad de la
muerte es problemática para el hombre a causa de su condición personal. Por eso la
cuestión de la inmortalidad nos preocupa mucho. El problema no es puramente
biológico, sino antropológico, porque con el pensamiento trascendemos el tiempo y
así nos interrogamos sobre el más allá y nuestra muerte nos deja siempre perplejos. La
muerte personal es siempre un drama existencial.
No es de extrañar, entonces, que en los últimos años esté muy activa la
investigación biológica dirigida a prolongar la vida humana no sólo luchando contra
las enfermedades, sino tratando al envejecimiento como una enfermedad. Así tenemos
a empresarios, millonarios, investigadores, que promueven con optimismo estos
estudios. Menciono algunos nombres consultables en Google: Aubrey de Grey, de la
SENS Research Foundation, orientada a vencer las causas de la senectud; igualmente
Marios Kyriazis; Ray Kurzweil, para quien pronto llegaríamos a una singularidad
tecnológica que desplazaría al hombre; Bill Maris, fundador del proyecto Calico
(California Life Company), dedicado a la búsqueda de la eliminación del aging;
Dmitry Itskov, cuyo proyecto mira a sustituir nuestro cuerpo por una máquina
pensante; Sergey Brin y Peter Thiel, con proyectos semejantes.
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Diré ante todo que la posibilidad de una inmortalidad informática, con
independencia de su viabilidad, no es una verdadera inmortalidad biológica. Aplicada
al hombre no sería una inmortalidad personal, sino sólo la de una máquina, cosa
irrelevante para el tema que aquí nos ocupa. Aunque la humanidad pudiera ser
sustituida por robots inteligentes que se auto-replicarían, esta cuestión es distinta de la
que aquí consideramos.
La verdadera inmortalidad biológica o al menos super-longevidad en un cuadro
de perenne juventud sería la consecuencia de lograr una regeneración de células y
tejidos del cuerpo humano. La esperanza se pone, entre otras cosas, en la posibilidad
de convertir células adultas en células madre pluripotentes (células pluripotentes
reprogramadas o inducidas), con el riesgo de que se produzca un cáncer.
En esta dirección se mueven algunos investigadores. Algunos ejemplos: a) un
grupo de investigadores (Institute of Functional Genomics de la Universidad de
Montpellier) consiguió reprogramar células obtenidas de personas de más de 90 años,
transformándolas en células madre (2011); b) investigadores del Caltech (California
Institute of Technology) y UCLA (University of California, Los Angeles)
consiguieron intervenir en el ADN mitocondrial para eliminar células dañadas por la
edad; c) un estudio llevado a cabo por investigadores del Salk Institute for Biological
Studies en La Jolla (California, 2016) consiguió aumentar en un 30% la edad de
algunas ratas, transformando células adultas en células jóvenes; d) un grupo de
investigadores del Dana-Farber Cancer Institute consiguió activar la telomerasis
natural en algunas ratas, rejuveneciéndolas y evitando el cáncer (otros grupos lo han
conseguido); e) de todos modos, recientemente P. Nelson y I. Masel (Universidad de
Arizona, Tucson) elaboraron un modelo matemático según el cual sería imposible
eliminar completamente el envejecimiento celular en los organismos pluricelulares,
pues llevaría a una proliferación de células tumorales.
Prescindiendo de la viabilidad científica de estos proyectos, reflexionemos
sobre su posible alcance desde el punto de vista social, humano y ecológico. ¿Qué
sucedería si en el futuro comenzaran a aparecer personas de 1000, 2000 o más años,
capaces de regenerarse con adecuadas curas, dietas, o con ayuda de la nanotecnología
y de la informática?
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No lo sabemos, pero podemos plantear dos tipos de consecuencias
problemáticas, unas sociales y las otras personales. Desde el punto de vista social, el
crecimiento de una población de “inmortales” supondría una transformación radical
de la situación de la humanidad en el contexto ecológico y biótico en que vivimos. La
tierra no podría soportarlos, a menos que no tuvieran casi hijos. Los mortales
comunes irían siendo “descartados”. Para superar estas dificultades, habría que acudir
a hipótesis cada vez más fanta-científicas: salir de la Tierra, disminuir las necesidades
biológicas de alimentación, abandonar la reproducción sexual, cambiar nuestra
estructura anatómica, quizá miniaturizada, con un cuerpo que iría siendo cada vez
más cyborg.
Más interesantes son las consecuencias personales. Señalo dos: 1. La vida
personal y social está fundada sobre la limitación del tiempo de la vida. Esto da
sentido a los proyectos humanos. Si tenemos a disposición un tiempo infinito, se
pierde el sentido selectivo de proyectos y tiempos. 2. La inmortalidad biológica es
sólo física y tecnológica. No implica necesariamente una cualidad ética de la vida. Es
compatible con el mal y la injusticia. No resuelve los grandes problemas
antropológicos. Esa inmortalidad es meramente temporal: es una prolongación al
infinito de las tareas temporales que hacemos habitualmente. ¿Qué sentido tendría una
vida temporal mortal infinita?
Obviamente nadie desea morir (salvo excepciones) y todos consideran a la vejez
como un mal. Por eso no se trata de oponerse sin más a los proyectos de alargar la
vida lo más posible y de superar los males de la senectud. Pero hemos de tener
presente el sentido de conjunto de la vida. Pienso que no tenemos por qué desalentar
la investigación biológica que tiende a superar el envejecimiento. Es mejor una
actitud de espera prudencial ante los futuros resultados, que todavía no se conocen y
no se ven.
Cabría preguntarse quizá si es compatible con la religión el intento biológico de
superar la muerte. No lo sería si la inmortalidad biológica buscada se planteara como
una sustitución de la vida eterna en la que espera la visión religiosa. Pero es ingenuo
situar en el mismo plano la inmortalidad biológica buscada y la vida eterna,
incluyendo la resurrección de los muertos de la fe cristiana, que en los proyectos
considerados no van a resucitar. La inmortalidad biológica en la que se investiga no
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cambia la naturaleza temporal de la vida humana. Por otro lado, el problema
existencial del ser humano contemplado por la salvación ultraterrena no es sólo el
mero hecho físico de morir, sino el sentido del vivir humano, el problema del
sufrimiento, la injusticia, la falta de amor y el pecado, la unión a Dios. La
inmortalidad biotecnológica deja intactos los problemas antropológicos planteados
por las religiones.
Ante las dificultades presentadas aquí, mi conclusión no es negativa con
relación a la investigación sobre la inmortalidad biológica. Toda investigación
científica, si no es contraria a la ética, es bienvenida. A pesar de las dificultades
vistas, la sola posibilidad de una vida biológica inmortal demuestra en cierto modo
que la muerte no es el destino necesario de la vida. El deseo humano de inmortalidad
y el empeño científico por vencer el envejecimiento son además una manifestación de
la trascendencia espiritual del hombre sobre la materia. Y esto muestra que la persona
humana no se conforma con la muerte, que busca la eternidad.
Bibliografía
Ben Best, Mechanisms of Aging, consultado el 6-2-2018:
http://www.benbest.com/lifeext/aging.html#senescence.
Boncinelli, E., G. Sciarretta, Verso l’immortalità? La scienza e il sogno di vincere il
tempo, Cortina, Milán 2005.
Brown, G., The Living End, MacMillan, New York 2008.
Smith, R. L., M. Gomez, Cells are the New Cure, BenBella Books, Dallas (TX) 2017.